La otra ciudad by Elena Quiroga

La otra ciudad by Elena Quiroga

autor:Elena Quiroga [Quiroga, Elena]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1953-01-01T00:00:00+00:00


SEGUNDA PARTE

I

—Pongo…

Metió la clavija en el jack. Se encendió la bombillita del automático. Cruz movió la llave de posición ante ella. Se inclinó un poco sobre la bocina de baquelita negra. Sonreía.

—Oye… —hablaba bajo, con ese tono uniforme de las telefonistas—. No puedo hoy. Tengo mucho servicio.

La voz de Esteban llegaba impaciente:

—¿Qué pasa hoy?

—No sé. San Cayetano…

—Ah, sí; ¿y qué? —Fastidiado—. Bueno, te dejo. Oye…

Se encendió una lucecita. Cruz atendió a la nueva llamada:

—¿Se ha cortado? ¿Cómo? Cuelgue un momento, que llamo a Segovia…

Aprisa conectó de nuevo con Esteban:

—Corto. Adiós.

—Y dale. No hay manera de…

Movió con dulzura la clavija, sofocando la voz del hombre.

—Segovia… Oye tu, Segovia. El abonado que pidió el 832…

(Esteban estaría aún al teléfono, furioso. «¡Cruz! ¡Cruz!». Su voz, no hacía medio segundo, subía desde la trompetilla. Aquella trompetilla… Como la garganta de Esteban). Conectó con el abonado:

—A ver. Hablen…

—Ya es hora —contestó una voz airada—. Supongo que ahora me cobrarán también los minutos del corte. Pienso hacer una reclamación…

—Se cobran sólo los minutos celebrados. Lleva seis minutos.

La voz trepidaba, se revolvía:

—¿Seis minutos? Pero… Pero… Si no hice más que saludar y ya no se oía nada.

—¿Quiere Segovia, o no?

—¿Cómo se llama usted? Daré queja de usted. Es indignante…

Cruz enchufó Segovia. Movió hacia atrás la llave, escuchando.

—… Carmina, ¿eres tú? Nada, nada… Que me cortaron. Una broma de la Telefónica. Oye, te decía que si…

Esperó a que terminaran. El cuadro apagado, como una cara sin ojos. Enchufó al automático, y rápidamente pulsó los timbres blancos, a su derecha:

—Oye…

—¿Acabaste ya, prenda?

Estaba rabioso.

—¿Qué me querías antes?

—Nada. Tengo mucho qué hacer.

Y Esteban colgó.

No había llegado a la cocina y ya le pesaba haber colgado. «Pobre Cuqui. No tiene la culpa. Anda de cabeza». ¿Llamaría otra vez? No. Volvería a oírla con su voz impersonal, sin acento:

—Pongo… Barcelona, dame el 26 84 17.

Tenía que dejar aquel trabajo de una vez. No aguantaba más. Claro que hasta que no se casaran… Mandaba para la tía y los hermanos pequeños, en el pueblo. Él no podía… Y luego, además, en Teléfonos, menudas bromitas…

—Pero ¿qué te has creído tú que es la sala de cuadros?

—¿Cómo empezamos tú y yo? —contestaba él.

Y Cruz sonreía, conciliadora.

—¿Qué? ¿Vais a la verbena?

Tomás entraba en la cocina y se sentaba a la mesa.

—¿A qué verbena?

Miró al hijo malhumorado.

—A la de San Cayetano, hombre. ¡Cómo está esa cabeza!

Verbena en Lavapiés. ¡Pasa el tiempo! Hacía un año justo, una noche como ésta bajó a la verbena de Lavapiés. Hubo alguna gresca, no recordaba bien. Lola… Después había salido con ella algunas veces. Una chavala viciosa. Si no se da cuenta a tiempo, la pringa…

—A Cruz no le gustan las verbenas.

El viejo sorbía despacio el gazpacho.

—Buena chica, la Cruz.

A Esteban se le aclaró la cara:

—No hay queja… A las verbenas se va mejor sin novia —(Lola con sus calcetines, y sus labios estrechos, pálidos. Con su sabor a menta… Entornaba los ojos en las vueltas)—. A la Cruz no le da por el baile…

Cruz era tranquila, oscura. No le gustaba exhibir al novio. Iban al cine.



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